Desafíos de la Economía Social, Popular y Solidaria a la educación de nuestro país.

Un debate que está en sus inicios. 

Alberto Croce
Director de Articulación con la Sociedad Civil
Ministerio de Educación de la Nación*

Algunos datos para contextualizar

En Argentina, según diferentes informes, el 37,3 % de la población es pobre y el 56,3 % de las niñeces (0 a 14 años) vive bajo la línea de la pobreza. 

En Argentina hay 64.052 establecimientos educativos de nivel primario y secundario.

12.021 de  estas instituciones son de gestión privada (aproximadamente el 19%). El resto son de gestión estatal o gestión social. (81%)

Por otra parte, en los relevamientos actuales de ocupación laboral, las personas que trabajan en la economía informal o en la economía popular, en sus diferentes formatos, es cada vez más significativa respecto de las personas empleadas en el trabajo registrado. 

El Registro Nacional de Trabajadores de la Economía Popular (Renatep) ya superó los 3 millones de inscriptos y en nueve de los 24 distritos del país son más las personas que realizan actividades bajo este esquema laboral que los empleados registrados en el sector privado, según datos de los ministerios de Trabajo y de Desarrollo Social.

Según algunos estudios, uno de cada cuatro trabajadores en nuestro país, se desempeña en el ámbito de la economía social y popular. 

Si consideramos, además, que a las escuelas de gestión estatal concurren principalmente estudiantes de las familias más pobres, podremos inferir que, en la matrícula de las escuelas de gestión estatal y en escuelas de gestión social o privada pero que atienden a poblaciones más vulnerables, el porcentaje de familias de les estudiantes que viven de la economía popular, social y solidaria es mucho más elevado del que el sistema educativo reconocería cuando se le pregunta sobre esto. ¿Podremos hablar de que la mitad o más de las familias de les estudiantes de nuestras escuelas de gestión estatal se sostienen a través de formas de la economía social? Teniendo en cuenta lo que venimos diciendo, esta afirmación podría ser hasta muy exigua… y, seguramente, el porcentaje es aún mayor cuanto más desfavorecidos, económicamente hablando, son los contextos.

“De eso no se  habla”.

Los párrafos anteriores han procurado situarnos en la temática y problemática que estamos encarando en este artículo. Por una parte, es necesario que comprendamos que la cuestión que abordamos no es un asunto “marginal”. Se trata de una realidad tan extendida como invisibilizada. En el sistema educativo hablamos bastante de las condiciones de pobreza en las que viven les estudiantes, pero prácticamente no relacionamos estas condiciones con el fenómeno del crecimiento de la economía social, popular y solidaria.  Como con tantas otras cuestiones importantes, el sistema educativo oculta e invisibiliza esta cuestión. “De eso, no se habla”. Es hora de que empecemos a hacerlo. Es el primer desafío que nos proponemos enfrentar. 

El segundo desafío que tenemos por delante es respecto del mandato de la “formación para el trabajo” que lleva la escuela sobre sus espaldas. En realidad, cuando se habla de estas cuestiones en las instituciones educativas, a lo que se hace alusión es a la “capacitación para el empleo”.  Esto no quiere decir que el sistema educativo no tenga instituciones que enseñen y propongan formación técnica profesional que pueda ser de utilidad para los actores de la economía popular. Pero, tanto en ellas, como en el enfoque de las escuelas secundarias “orientadas”, y en la cultura institucional generalizada, el gran objetivo y propuesta para les estudiantes, es educarse para “conseguir un empleo” (que ojalá sea de calidad). 

Lo relacionado con la economía popular es visto como una realidad  que solo posibilita la subsistencia de los pobres, lo que lleva a descalificarla y desvalorizarla, y hasta a despreciarla. 

Esta desvalorización, en el marco del sistema educativo, tiene efectos nefastos. Cuando al menos la mitad de las familias de nuestros estudiantes viven gracias a estas actividades, que la escuela las invisibilice, desvalorice o desprecie, hace de la misma un lugar hostil para nuestros estudiantes. De hecho, como señalo a menudo, es prácticamente seguro que un directivo de una escuela sepa que entre sus estudiantes hay un hijo de un juez… pero quedan pensativos cuando se los interroga sobre las familias de la escuela que puedan estar vinculadas a actividades de la economía popular… 

En la actualidad en el seno de la sociedad argentina hay un debate muy profundo acerca de si la cuestión de si la economía social y popular es un emergente de un tiempo de crisis y que se superará si el país se “desarrolla” o si es una realidad que llegó para quedarse y, por tanto, tenemos que aprender nuevas maneras de relacionarnos y apropiarnos de la misma.

La respuesta a esta pregunta no es nada sencilla y quienes sostienen una u otra perspectiva lo hacen con argumentos fuertes y, además, con altos niveles de compromiso personal. 

Para poder profundizar en esta cuestión es necesario poner sobre la mesa de debate algunos elementos de los que no podemos prescindir en el análisis. 

Si bien la economía popular es entendida por muchos como una estrategia de supervivencia de los sectores más pobres, es necesario reconocer que es mucho más que eso. Para los militantes de la economía social, popular y solidaria, esta forma de economía es, además, una forma muy concreta de cuestionar algunos principios “sagrados” del sistema capitalista. No pocos de quienes defienden esta forma de economía sostienen que, en realidad, se está ante una práctica cuasi revolucionaria, no quizás en su estrato actual sino en su potencialidad transformadora. 

Esta afirmación puede ser tan cuestionada y descartada como aquella que muchos sostenemos de que las transformaciones profundas surgen del seno de los pueblos y que son los pueblos -mayoritariamente pobres- los que desafían y construyen la historia. Sin duda, existe un vínculo muy profundo entre la economía social, popular y solidaria con el protagonismo histórico y la transformación efectiva del pueblo pobre. 

Dimensiones observables en la economía social, popular y solidaria

Por ello, a esta altura de nuestras apreciaciones, se vuelve necesario mirar con cuidadosa atención cuáles son las “dimensiones” que hoy es posible reconocerle a la economía popular, social y solidaria. Estas dimensiones son aspectos desde los que es posible tener una mirada ampliada de la economía social, popular y solidaria. Dicho de otra manera, cuando se habla de esta economía, se habla de muchas cosas diversas y complementarias. Dimensiones que ponen en evidencia tanto la complejidad como la potencialidad de lo que venimos advirtiendo. (Lo haremos describiendo muy brevemente cada una de ellas, para respetar la naturaleza de este artículo)

Primera dimensión:  Reconocimiento y revalorización de una identidad propia del trabajador de la economía popular.  Cada persona que lleva adelante algunas de las tareas de este modelo es reconocida como un trabajador, con derechos y obligaciones, que tiene que ser asumida de esta manera tanto por el estado como por el conjunto de la sociedad. 

Segunda dimensión: El formato cooperativo en las relaciones organizacionales, productivas y sociales.  La organización cooperativa, más allá de que tenga o no reconocimientos formales, es una característica muy fuerte en la perspectiva comunitaria de estas prácticas. 

Tercera dimensión: Una capacitación y formación específica para desenvolverse en el marco de la economía social y popular.  Hay contenidos referidos a esta cuestión que deben considerarse en los espacios educativos. Capacitación que, por supuesto, no es solo teórica. Debe afianzarse en las mismas prácticas de la economía popular, desde donde se forman los actores que la llevan adelante. 

Cuarta dimensión : Generación de un trabajo de calidad, que va más allá de estar o no registrado. También y sobre todo se entiende trabajo de calidad al que respete las necesidades y posibilidades de las personas. Que no reproduzca condiciones de cuasi esclavitud. Que permita desarrollarse con felicidad y gusto por lo que se hace, aún cuando la retribución pueda ser  menor que la que podría alcanzarse en la economía formal. 

Quinta dimensión:  La agricultura familiar con una nueva lógica de producción de bienes de la tierra, con una perspectiva ecológica y un tamaño humano. 

Sexta dimensión: La soberanía alimentaria. Otra característica de la economía popular desde su desarrollo como parte de la agricultura familiar. La producción de alimentos asume una perspectiva política de soberanía, independencia y justicia. 

Séptima dimensión: El modelo de autogestión. Muchas experiencias de economía popular se apoyan en la convicción de que no debe recurrirse al endeudamiento para producir o  trabajar. Lo que debe generar el trabajo son los recursos con que cuenta la comunidad, la organización, las familias y la solidaridad de clase.

Octava dimensión: La producción sustentable. Así como se cuestiona el endeudamiento, desde algunos sectores de la economía social se afirma que toda producción debe ser sustentable y que no debe atentar con el planeta, que es la casa común. Se rechaza el extractivismo y se denuncia las explotaciones de las grandes compañías que solo procuran aumentar el propio lucro a costa de todo. 

Novena dimensión: El consumo consciente y responsable. Además de reflexionar sobre los procesos productivos, la economía social presta atención al necesario cambio de actitud respecto de nuestras costumbres y prácticas de consumo. No se considera positivo que el motor de una sociedad pueda ser la reproducción de  consumidores insaciables. 

Décima dimensión : El comercio justo. También se debe prestar atención a las formas de comerciar los bienes y generar la distribución de los bienes que se producen. Defender a los pequeños y medianos productores por sobre las superestructuras que los explotan despiadadamente. 

Décima primera dimensión:  Tecnologías apropiadas y otras tecnologías. Se hace necesario reconocer cuáles son aquellas tecnologías que tienen en cuenta estas dimensiones a la hora de dinamizar los procesos económicos. Una tecnología que esté al servicio de la economía social y no al revés. 

Décima segunda dimensión:  La perspectiva del desarrollo local y el Buen Vivir. Los modelos de desarrollo. La economía social y popular, como venimos señalando, tiene una perspectiva propia respecto del desarrollo. En América Latina, la cosmovisión del Buen Vivir  ha servido como catalizadora de muchas de estas perspectivas. 

Décima tercera dimensión:  También la economía social requiere del “crédito” para poder expandirse. Pero no se trata de un crédito que endeuda sino que comparte riesgos y que toma las formas de inversiones solidarias. Las experiencias numerosas y diversas de “microcrédito”  han ido recorriendo estos caminos. 

Décima cuarta dimensión:  Nuevas monedas, monedas alternativas (¿criptomonedas?) Desde hace mucho tiempo, algunas experiencias de economía social y popular han recurrido a la generación de nuevas formas de comercialización apoyadas en monedas alternativas. La crisis del 2021 obligó a recurrir a estos formatos. Hoy se ve la necesidad de encontrar nuevos formatos de términos de intercambio que no signifiquen en sí mismos la pérdida de soberanía y la profundización de la desigualdad. 

Décima quinta dimensión: El debate sobre patentes y derechos de autor. El software libre. Esta dimensión obliga a replantearse todo este tema ligado a los derechos que se generan en la producción y que distorsionan también el consumo. El conocimiento y el saber se entiende como algo que tiene que estar al servicio de los pueblos y sus necesidades…. y no al revés.

Décima sexta dimensión: La permacultura y el veganismo. Sin duda hay un creciente interés desde muchos sectores de la sociedad, en particular de los que son más jóvenes, de abrazar formas de vida que tienen en cuenta muchos de los aspectos que venimos señalando más arriba. Además de tener profundas implicancias ideológicas y políticas, no son pocos quienes asuman maneras diferentes de estar en el mundo en relación con sus vidas cotidianas y sus consumos. Mención especial habría que hacer aquí de todo el mundo del reciclaje en sus variadas dimensiones y exigencias. 

Un plus que abre más estas dimensiones:   Aunque resulte muy ampliado en su alcance, también podríamos vincular a estas cuestiones otras dos dimensiones que son transversales o que llegan a la economía social de la mano de otras luchas sociales y populares. Nos referimos a todo el enfoque de género, que identifica a muchas de estas cuestiones con el antipatricarlalismo, y a una cuestión aún más específica -y novedosa- que es la reflexión feminista alrededor de la economía del cuidado y sus implicancias. 

A manera de una conclusión que abre nuevas preguntas

Este foco de atención -la economía social, popular y solidaria- y todas las dimensiones mencionadas presentan fuertes desafíos a la educación de nuestro país.  La magnitud de sus actores, el impacto de sus acciones, los cuestionamientos que nos proponen, la relación con los estudiantes que habitan nuestras aulas, la agenda que conlleva… hace que debamos profundizar en todas estas perspectivas y modificar no pocas prácticas pedagógicas, normativas y curriculares.

Así como la ESI (Educación Sexual Integral) ha ido abriéndose paso en medio de incontables dificultades y oposiciones, la economía social, popular y solidaria, debe comenzar a golpear las puertas de nuestras instituciones y lograr que se hable de ella, se reconozca su influencia en  las vidas de los distintos actores de la comunidad educativa, se potencien las acciones que las promueven, se incorpore en los discursos y contenidos curriculares, sea parte de la formación de los docentes. 

Hay mucho camino por delante… y ninguna posibilidad de retroceder. 

*Artículo escrito para la revista «Para Juanito», año 9, número 26, Octubre de 2022.

Las Escuelas Secundarias y su compromiso con las Economías Transformadoras

Feria de Economía Social en el SUM de una escuela.
(2a. versión)

Estamos en tiempos de cambios profundos y urgentes. La realidad es de una complejidad extraordinaria y a cada momento nos desafía y nos interpela desde diferentes ángulos. 

No podemos ser indiferentes y mirar para otro lado. Los desafíos están allí: delante nuestro, a nuestro lado, nos rodean abrumadoramente

El planeta no resiste que lo sigamos maltratando irresponsablemente. El agua, el aire, la tierra no pueden procesar ya tanto desprecio por parte de los seres humanos y, en particular, de los más grandes y poderosos para los que parece no haber límites reales en su ambición consumista y destructiva. No sólo grita Greta desde la plaza de parlamento sueco. Gritan millones de adolescentes y jóvenes en todo el mundo. Hay que parar esta locura. 

La desigualdad se profundiza y la pobreza extrema se encarniza con los más débiles y desposeídos. La sufren sobre todo lxs niñxs, lxs adolescentes, las mujeres, los pueblos originarios, quienes sufren enfermedades, quienes tienen alguna discapacidad…

Los gritos por la Pachamama y contra la desigualdad resuenan por todos lados, cada vez con mayor intensidad. Los bastones de las fuerzas de seguridad ya no son suficientes para acallar a los pueblos del mundo aunque sigan provocando muertes, desapariciones y genocidios. La ola de los pueblos que no toleran más a este “monstruo grande que pisa fuerte”, es cada vez más grande y no tendrá retorno. 

Mientras tanto, cada quien en su lugar, desde su “baldosa”, sigue y debe seguir luchando por el mundo que desea…  y viviendo en consecuencia. Esa lucha, aparententemente pequeña o insignificante, no lo es si está en conexión y comunión con la de los millones que están haciendo lo suyo. A veces parece que estos procesos no están conectados, pero no es así. El inmenso hormiguero está tan activo como no llegamos a imaginar.  

Nosotros, estamos convencidos de que nuestro lugar en esta lucha es trabajar desde la educación y, en particular, por Transformar la Secundaria. Y estamos ocupados en eso. 

Esta transformación tiene muchas dimensiones y se realiza en diferentes escenarios. 

Junto con otras organizaciones y miles de integrantes de distintas comunidades educativas, hemos identificado lo que hemos dado en llamar las 8 Banderas de la Transformación. Y las levantamos como estandartes de esta causa que nos compromete.  

Debemos conectar nuestra propia lucha -nuestra “causa”- con aquellas en la que la humanidad está empeñada y de las que no puede volverse atrás.

La escuela secundaria que se transforma es, además, una escuela secundaria que transforma. 

Transforma a sus estudiantes, a sus docentes y, a la comunidad en la que está inserta.
Por eso, como soñaría Paulo Freire, una secundaria en transformación es una comunidad con altísima capacidad política de transformación social. Y “la educación no cambia al mundo, pero cambia a los hombres que cambian al mundo” (Paulo Freire).

Desde Fundación VOZ estamos acompañando estos procesos de transformación que se están dando en las escuelas. Los estamos encontrando. Los vamos conociendo. Los estamos comunicando. Estamos aprendiendo de ellos. Buscamos fortalecerlos, valorarlos y compartirlos. La buena noticia es que las grandes luchas por las transformaciones también se están dando en el escenario escolar. Y es maravilloso poder observar sus avances y triunfos que pasan muy inadvertidos para los distraídos y burócratas.

Dentro de las luchas de los pueblos por transformar la realidad está el encontrar nuevas formas de economía que, a partir de actitudes colaborativas, logren que el bienestar sea compartido y que la producción de bienes y servicios sirva para que las comunidades vivan bien y no para producir sólo acumulación y fuga de capitales. 

En el mundo, la RIPESS (red intercontinental de promoción de la economía social solidaria) está impulsando un gran movimiento por las Economías Transformadoras. Este movimiento reúne hoy a las economías feministas o del cuidado, al movimiento agroecológico y por la soberanía alimentaria, a la Economías Social y Solidaria, a los “comunes”, al mundo de las finanzas y la banca “ética”, el cooperativismo y el comercio justo… 

Sin tener claridades absolutas sobre los caminos a recorrer, sabemos que necesitamos una economía diferente.  Economía que dé origen a una nueva visión del trabajo y de la identidad como trabajadorxs, a nuevas relaciones entre los actores económicos y una perspectiva que no separa la economía de los derechos humanos, la solidaridad, el cuidado del ambiente y la ética. 

Dice nuestro compañero Alberto Gandulfo: “En épocas de grandes crisis, la Economía Social y Solidaria (ESS) acontece, sucede, ocurre, se multiplica. Se organiza en forma silenciosa, horizontal, subterránea, casi invisible. Es una constante que se repite y multiplica en los barrios, en cada pueblo, en las organizaciones, entre los trabajadores que buscan nuevas respuestas ante la falta de trabajo y el recrudecido deterioro social.” 

O, como afirma también Cristian Felber, “el concepto de Economía del Bien Común (EBC) es una propuesta de desarrollo social y económico alternativo al neoliberalismo en la que priman los valores humanos y la ética, ante un capitalismo  que puso patas para arriba la economía. Es necesario un modelo basado en la sostenibilidad, la solidaridad, la cooperación y el reparto equitativo de la riqueza. El éxito económico no puede seguir midiéndose con indicadores monetarios, hoy necesitamos indicadores cualitativos».

En las últimas décadas, las escuelas han sido sin duda transformadoras de la conciencia ambiental y han logrado comenzar a generar una nueva cultura del cuidado del ambiente, que ya vienen asumiendo, sobre todo, las generaciones más jóvenes, y que va presionando con mucha fuerza en sectores de poder, haciéndoles cambiar sus propias prácticas, decisiones y políticas. 

Buscamos ahora que las escuelas hagan algo similar respecto de las decisiones que tienen que ver con la economía. Es importante que cada escuela sea un núcleo transformador de la misma economía en los ámbitos en los que se desarrolla como actor social y local. 

Escuelas transformadas y transformadoras que favorezcan y promuevan economías transformadoras. 

Primero desde su propia identidad como institución. La Escuela tiene que mirar, en su propio consumo, a la economía social y popular y comprar producción local. 

También debe desarrollar herramientas que permitan que lxs niños, adolescentes y jóvenes, descubran y comprendan la importancia de consumir aquello que se produce en su propia comunidad y que se comprometan con el desarrollo de su territorio. Allí es donde viven ellos y sus familias. Allí deberán crecer, en entornos cuidados y solidarios. Tenemos que lograr que, desde cada comunidad educativa, poco a poco, se vaya comprendiendo que es la misma comunidad, el mismo barrio, el mismo pueblo… el que tiene en sus manos las decisiones que permitirán los cambios profundos que estos tiempos nos reclaman. Cada comunidad debe reasumir su protagonismo histórico y, desde esta perspectiva, resignificar y volver a dar un contenido  políticamente transformador al concepto de “emprendedorismo”, al que se lo vació de sentido y de destino. 

También debe establecer relaciones fuertes con empresas más grandes que en el propio territorio estén comprometidas verdaderamente con los principios de la Economía del Bien Común. 

Por ello, es necesario desde la escuela conocer el territorio, los productores, las potencialidades y posibilidades con que se cuenta. Conocer los recursos que se tienen y valorar los esfuerzos de quienes vienen ya trabajando en esta perspectiva. 

El futuro de la vida de la mayoría de nuestros estudiantes se jugará en sus propios territorios. Allí deberán desarrollarse, estudiar, trabajar, formar sus hogares. Sólo algunos tendrán trabajos con formatos parecidos a los que se construyeron en el siglo XX. Muchxs de ellxs tendrán que generar nuevos espacios laborales que sostengan sus hogares y aporten a la construcción de sus comunidades. O deberán incluirse en empresas pequeñas o medianas que quieran comprometerse con una economía que no desconozca los derechos humanos ni la protección de la casa común. 

Todos estos movimientos y estas propuestas de economías transformadoras también deben ir formando parte de la propia currícula escolar. Hay que enseñar y aprender sobre comercio justo y sobre soberanía alimentaria. Los estudiantes tienen que conocer cuáles son las problemáticas y desafíos que están por detrás de estos conceptos, cómo afectan a sus propios territorios y que consecuencias tienen para sus vidas y las de sus comunidades, quienes son los actores sociales involucrados. 

Debemos ser muy conscientes de que no estamos partiendo de cero. Muy por el contrario, alrededor de cada escuela y dentro de cada escuela, ya hay muchos militantes de estas economías transformadoras que, con mucho esfuerzo, están buscando otras formas y maneras de hacer ante el agotamiento de las propuestas que  hoy se imaginan hegemónicas e indestructibles pero, afortunadamente, no lo son. Familias de los estudiantes, docentes, auxiliares y hasta algunos estudiantes, ya son protagonistas de nuevas formas de producción y servicios que deben ser el natural punto de partida. Y hay también nuevos proyectos y empresas que intentan surgir con otros principios y con otras miradas. 

Para que esto que buscamos que suceda desde las escuelas sea posible, debemos proponernos desarrollar una auténtica “educación de calidad”, que enseñe a pensar, a conocer, a descubrir… y a transformarse. Con docentes que tengan la capacidad y la voluntad de sumarse a estos cambios verdaderos que impactarán en la vida de todxs. Para nosotros, la “educación de calidad” no es una opción. es la única alternativa. Pero no se trata de cualquier “calidad”. La “educación de calidad” que buscamos y necesitamos tiene que ver con una educación que se compromete con el futuro de las generaciones más jóvenes y de la sociedad en su conjunto. Los resultados que esperamos de esa “calidad” no se pueden pensar en perspectivas individualistas o beneficios personales. De ahí que la evaluación de la calidad en una perspectiva individual apunta a otros objetivos. La educación pública construye futuros en donde todxs tengan lugar, en los cuales todxs puedan ser protagonistas. La “educación de calidad” tiene que estar abonada por infinidad de valores que hacen a la solidaridad, la ética y el cuidado. No hay salida posible en otra dirección.

Esta es nuestra manera de levantar bien alto  la “bandera” de la Escuela Comprometida con su Territorio y su Comunidad. Como con cada una de las 8 banderas, queremos ir “a fondo”. Para que la transformación sea verdadera. Y sea una transformación que transforme. Lo que queremos es no conformarnos con modificaciones cosméticas ni superficiales. Quizás estas puedan marcar un inicio del camino. Pero estamos conscientes de que debemos ir mucho más allá. 

Este es el desafío. 
De estas cosas hablamos.
Por estas cosas trabajamos.